Está a punto de abrirse la convocatoria para elegir a la próxima persona que presidirá la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Morelos (CDHEM).
A simple vista, podría parecer un proceso más dentro de la agenda legislativa. Pero no lo es. Lo que está en juego no es solo una silla. Es el futuro, la utilidad y la credibilidad de un organismo que, en los últimos años, fue reducido a su mínima expresión.
Raúl Hernández Cruz, concluyó su gestión como presidente de la CDHEM con pura pena y nada de gloria, y con suficientes razones para quedar marcado por encabezar una de las administraciones más cuestionadas en la historia reciente del organismo.
Su cercanía, complicidad e incluso subordinación al exfiscal Uriel Carmona Gándara no son un secreto: fueron parte de una red de silencios institucionales que facilitaron la impunidad en Morelos.
Durante su periodo, la CDHEM evitó sistemáticamente señalar o investigar los excesos, omisiones y abusos de la Fiscalía General del Estado.
Los casos se acumulaban, las familias pedían justicia, pero desde la Comisión no había más que comunicados sin efecto y declaraciones decorativas. La mancuerna Hernández Cruz–Carmona Gándara funcionó como una estructura blindada de protección política. Un muro para que el poder no tuviera que rendir cuentas.
Hoy, con la salida de ambos, parecería que esa red se desmantela. Pero eso tampoco es tan simple. Hay otros intereses en movimiento. El graquismo (la corriente vinculada a Graco Ramírez) y el urielismo (construido en torno al exfiscal Carmona Gándara) no están dispuestos a ceder el control de un espacio tan estratégico.
Su apuesta, según diversas fuentes, es clara: colocar a Nadxielli Carranco, una exluchadora social que hoy representa más bien una pieza domesticada del sistema. Alguien que sabe cómo moverse entre el discurso progresista y la obediencia al poder… a sus intereses, según dan cuenta sus detractores.
Como una de las aspirantes más visibles, Carranco no llegaría una ciudadana libre. Llega con respaldo político, con alianzas antiguas y con la urgencia de ciertos grupos por mantener cuotas y espacios en la estructura pública. Por eso, la elección del nuevo titular de la CDHEM no puede entenderse como un proceso administrativo, sino como una batalla más dentro del reacomodo político del estado.
El Congreso local tendrá en sus manos una decisión que va mucho más allá del protocolo. Elegir a una persona autónoma, valiente y comprometida con los derechos humanos reales —no con los pactos en lo oscurito—, podría marcar el inicio de una nueva etapa para el organismo.
Pero si los diputados ceden al reparto de intereses, será otra oportunidad perdida para devolverle a la CDHEM lo que más ha extraviado: su legitimidad.
Morelos necesita una Comisión de Derechos Humanos viva, incómoda, útil. No un despacho más donde se sellen comunicados mientras la impunidad sigue su curso.
@davidmonroymx en X (Antes Twitter)
davidmonroynoticias@gmail.com